viernes, 26 de septiembre de 2008

Crónica de un paseo anunciado

Una Hora y media me separa nada más, del teatro Sarmiento, sitio ubicado al lado del jardín zoológico porteño. Junto con dos compañeros, partimos desde un punto dispuestos a presenciar una obra teatral, de la cual mucha información no tenemos. Tomamos el colectivo 159 porque estamos medio justos con el tiempo, subimos al subte línea D (el de color verde), y bajamos en estación: Plaza Italia.

Bordeamos, como ya habíamos predicho, el zoo, y observamos desde la vereda las plantas y arboledas que dan contra el débil alambrado que nos separa del oscuro predio. Por momentos, comento, tengo la sensación de estar dentro de la película Jurassic Park, y que en unos segundos, esos arbustos comenzaran a moverse como indicándome que hay algo detrás de ellos. Así funciona en parte, la imaginación. Atravesamos ya la parte de terror, y llegamos al complejo teatral, allí nos espera otro grupo de compañeros.

Entrada en mano, ingresamos a la sala. Ese será el primer encuentro con los protagonistas de la obra. Hay una mesa con autitos de juguete, cajitas de fósforos, un sifón de soda, un mazo de naipes (que los actores usarán mientras las personas se terminan de ubicar en la sala) El que más llama mi atención es un hombre ya entrado en años, vestido de traje, que minutos más tarde se presentará como Guido Valentinis. Guido es asesor en seguridad vial en el Automóvil Club Argentino (ACA), y nos muestra a lo largo de toda la obra su postura como tal, será también quién describa las causas de un auto chocado que se mostrará por un proyector que se sitúa frente a mí, pero de espalda a los actores, minutos más adelante. También está en escena Carlos, él tiene una historia peculiar para contar, acerca de cuando (un tiempo atrás) se dedicaba a la fabricación de material (gruesos) que luego se utilizaba para fabricar fósforos, durante siete años de su vida, para relatarnos esto, Carlos tiene fósforos a mano, enciende uno de ellos a modo de explicación para nosotros, mientras saca un cálculo mental y oigo que como resultado dice 960.000 fósforos, ese es el promedio que se fabricó durante los años que él se dedico a eso. Mientras, en la sala, se puede percibir el olor al fósforo quemado que yace en el piso, y su respectiva combustión. Es Carlos quién recuerda a su vez, un accidente que sufrió automovilístico, un incendio en realidad de su propio auto, el cual resolvió de modo práctico: lo extinguió con un sifón de soda (toma un sifón de la mesa y actúa el hecho).

La última de las protagonistas es una mujer, Lily Segismondi, quién orgullosamente admite ser la única persona dentro de la escuela de manejo, que no sabe conducir. Lily está vestida con una pollera negra y roja, con cortes irregulares y una remera negra (muy elegante), con un rostro que no termino de comprender si la muestra contenta o está melancólica, cuenta una anécdota propia, que le sucedió cuando trabajaba en una parte del ACA de atención al cliente o reclamos, bien no recuerdo, lo que si recuerdo es que la mayoría de los presentes larga una carcajada o alguna sonrisa cómplice cuando termina de contarla. Los tres personajes tienen algo para decir, los tres nos cuentan algo, los tres se respetan sus tiempos e interactúan con mucha camaradería entre ellos.

El reloj de pared, ubicado al lado del proyector, marca ya las 21:40 hs., los actores (porque para mi serán actores hasta lo último, aunque luego me entere que no es tan así la cosa) arman una mesa de pic-nic en el escenario, toman unos vasos y un sifón de soda (que se hallaba en la mesa grande descripta anteriormente), se ponen a charlar, como grandes amigos, acerca de las personalidades que han visitado la escuela en algún momento, o que han ido a renovar sus registros, ect., entre los que nombran me quedan algunos: Roberto Pettinato, Mario Mactas, Karina Mazzoco y Cecilia Roth (entre otros). Esta es la parte de la obra quizás, que encuentro más improvisada por parte de ellos. Acto seguido, en el proyector de fondo (el cual obra como un cuarto actor dentro de la obra) se ven imágenes de cómo funciona un simulador de manejo. Lily, con este paisaje detrás, comienza a bailar incomprensiblemente (por momentos me recuerda a las bailarinas de los programas de cumbia de televisión), Carlos empieza a cantar una canción en italiano, de la cual algo llego a entender, luego se prende un cigarrillo con la misma caja de fósforos que tenía al principio. Luego, nuestro amigo ya, el proyector, mostrará imágenes de éstos personajes en Warnes, buscando trajes de automovilismo para la obra, a modo también de excursión. Finalmente, Carlos explica que esos trajes eran los atuendos que tenían pensado usar, pero que por H o por B, no los eligieron. Nos muestran aquí un souvenir que se trajeron de allí: un cubre-volantes terapéutico, que promete menos stress para quién conduce, y el cual mediante masajes hacia la mano, provoca reacciones beneficiosas en otras partes del cuerpo. Lily se lo lleva porque afirma que a ella le sirve.

Carlos, nos lee una carta que su mujer le escribió cuando supo que iba a comenzar en el teatro, finaliza con una lágrima suya. Mientras tanto Guido y Lily oyen atentamente sentados en la mesa de pic-nic verde. En el proyector comienzan a verse una serie de imágenes de vialidad, y los tres protagonistas comienzan de modo coordinado una rutina de baile. Luego piden la participación del público para bailar.

Fin de la obra. Somos invitados a compartir una picada rutera en una sala adjunta a la que estamos. Nos dirigimos hacia allí, y nos encontramos con una mesa con mortadela, tortillas (de acelga y papa), milanesa cortada en cuadraditos, cremonas, gaseosa y cerveza. Permanecemos unos minutos allí, comiendo y hablando con los actores.

La obra trata de una problemática aparentemente banal, y muestra los vaivenes de los protagonistas que juegan todo el tiempo con el pasado y lo vivido en ese pasado, y el destino que tuvieron. Juega mucho con lo que pudo haber sido y no fue, todo desde una mirada de traji-comedia. Me parece que no era necesario que el anclaje de la obra fuese en una escuela de manejo, se podría haber abordado desde otro escenario, el cual le diese un hilo más conductor a la obra, una herramienta para que el espectador comprenda la totalidad de la obra, de la historia que se cuenta, de los personajes, etc.

En el viaje de vuelta hallé más distracción y distensión de la que tuve viendo la obra, fue un viaje en subte más que desopilante y un feliz retorno al hogar.

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