Crónica acerca de la travesía que lleva a cabo el cronista en la provincia de San Juan, en peregrinación hacia el santuario de la Difunta Correa. Éste relato, juega mucho con lo temporal, es decir, lo que el autor resume tal vez en un renglón, en realidad son doce horas de cabalgata, camino al santuario. Es una crónica que provoca sed y cansancio al leerla, puesto que el lector se pone en la piel del cronista, y hasta toma estas sensaciones que obviamente él ha sentido. Es también un relato cuya prueba más evidente es la propia fe. Gente que se acerca, año tras año a venerar la figura de ésta mujer, a pedirle algún milagro, a agradecerle los milagros concedidos, algún político que aprovecha la multitud reunida para hacerse propaganda así mismo. La cuestión es que allí están todos, empujados por la fe o por el interés, pero allí están. Al terminar la celebración de la Difunta, y luego de varios días cabalgando y acampando con gente desconocida, pero casi siempre muy amable, el cronista entiende, de un modo u otro, el porqué de la devoción por ella.
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