Dos historias claramente marcadas en este cuento de Salinger. El hombre que ríe suena a leyenda, suena a metáfora, suena a alter ego (de algún protagonista, en este caso del jefe). El hombre que ríe puede estar en China, o a la vuelta de la esquina. (¡Qué bueno que así sea!).
Definitivamente tenemos una historia contada desde un punto de vista, el de un niño, situado allá por el año 1928, el cual vive como aventura todo lo que sucede a su alrededor. Tenemos, por otro lado, a todo el grupo de los “comanches”, aficionados al béisbol, quiénes oyen atentamente (y casi a diario) la historia que su entrenador le cuenta en los viajes hasta el campo deportivo. El entrenador (o jefe, como solían llamarle los comanches) está pasando, a su vez, por una situación afectiva que le atañe mucho. Se ha enamorado. Este enamoramiento, el cual se relata a los largo de la historia, tiene ciertos matices, los cuales hacen que en determinado momento, el jefe decida contar el final de su historia “el hombre que ríe”. No sólo quería contar el final de la historia que él mismo había inventado, sino también darle fin a su relación con aquella muchacha. “El hombre que ríe”, puede claramente ser un espejo de su propia realidad (aunque mucho más ficcional, y fantástico), puede querer contar su historia a través de esta leyenda que él relata a los pequeños. Sea cual fuese la cuestión, y si tomamos verdaderamente el caso de que este hombre que ríe no es más que el alter ego del propio entrenador, dadas las circunstancias de su rompimiento amoroso, este hombre no debería ya reír tanto, sino que podría caer en llanto, o al menos sumergirse en una gran pena, algo que demuestre que su amor por la muchacha le había llegado al corazón y que no quería perderla.
Toda la historia la tenemos desde un único ángulo (el del niño relator), y es el quién nos permite adentrarnos en la historia dos, aquella que me dota de sentido toda la historia.
Galeano
Hace 13 años
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