Aguardo varios minutos para poder ingresar a otra clase, en este caso de plástica. El profesor que dicta el curso lo hace de modo voluntario, y me muestra con orgullo los trabajos que realizan con los chicos, y al preguntarle por qué se interesa en el tema y en estos chicos, él me dice que la gente, por lo general, se preocupa por aprender idiomas que le abran las puertas al mundo, y no tanto (ya que no hay demasiados docentes especializados en sordera e hipoacusia, en comparación con la cantidad de gente que padece esto) por aprender este lenguaje de señas que le abre las puertas también hacia un mundo, sólo que más pequeño. Tengo que aguardar ahora otro rato largo para pasar al comedor, en donde, por grupos de 25 chicos (debido a las dimensiones del lugar) ingresan a almorzar. Otro grupo más reducido se sitúa en la puerta de salida, sin formar, pero frente a la puerta. Ellos no cumplen la jornada completa, y aguardan que algún familiar los venga a buscar. Es curioso que no encuentre testimonio de ningún familiar, porque aquellos que se presentan, vienen, tocan timbre, retiran a los chicos y se van, algunos ni siquiera saludan a la auxiliar que los atiende. Como si el tiempo les jugara una carrera mortal. Indago acerca de esto con Sandra, y ella me responde sin palabras, sólo alzando un poco los hombros y haciendo una mueca con sus labios. Luego sí, me explicará que algunos padres (aquellos que no dejan a los chicos todo el día en la escuela) no aceptan del todo que su hijo sufre una discapacidad, y por ello tampoco se los dejan en los dos turnos, porque consideran que para que lleven una vida normal deben cumplir con las horas normales de un turno de escuela (alrededor de 4 ó 5) y luego irse a sus casas. Sandra muestra cierto rasgo de antipatía para con esta postura, porque considera que permanecer en la escuela un largo rato, participar de los talleres, concurrir a las clases educación física, es todo eso lo que les hace tener una vida normal.
Tal como me había comentado Sandra, la escuela tiene ciertos convenios con escuelas de educación media, para que, cuando alguno de los chicos progresa mucho en cuanto a aprendizaje, pase a cumplir media jornada en otra escuela, compartiendo así un ciclo lectivo en ambas escuelas. Las experiencias hasta el momento, han sido positivas, aunque siempre aparece algún caso en donde el chico logra integrarse y adaptarse al ritmo de aprendizaje, pero no en torno a lo social, a sus compañeros. Es frecuente que en un primer momento lleguen a discriminarlo, a no tener para con el chico nada de compañerismo, pero afortunadamente esto es pasajero. No lo es, sin embargo, en el ámbito general de la sociedad en la que vivimos, en donde (refiere Sandra) es común apartar a alguien con discapacidad, o señalarlo con el dedo, (que irónico suena esto, señalando con el dedo a un alguien sordo, le está haciendo una seña que él debe conocer a la perfección, y que también entiende de ese modo).
Galeano
Hace 13 años
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