domingo, 28 de diciembre de 2008

La soledad del transeúnte cuando cae el sol

Es de público conocimiento que el epicentro de la capital, más conocido como el microcentro porteño, está comprendido por un par de manzanas, una decena de semáforos, un millar de autos negros y amarillos, y mucha (pero mucha) gente. Ahora bien, esta excéntrica mezcla comienza a desvanecerse con la desaparición del sol. Cerca de las veintidós horas de vida del día, este paisaje aglutinante parece relajarse, descomprimirse, distenderse. Son pocos los que rozando la medianoche deambulan por el desértico centro porteño, aunque todavía esos autos bicolores transitan con algún que otro pasajero, y los colectivos siguen pasando (más espaciadamente, pero siguen pasando), pero siempre alguien queda. Esa historia que queda, pertenece a ese lugar, empezó allí y allí ha de terminar, esos pocos que quedan respirando el ya viciado aire de la noche, son testigos indirectos de la soledad de las calles. Confieso que hay algunos tramos del microcentro que me producen cierta melancolía, no defino bien porqué, pero me despiertan sensaciones raras, por momentos de leve tristeza, y por otros momentos de añoranza. ¿Será que el centro porteño simboliza el centro del ser humano en sí?, es como si fuera su esqueleto, o más importante aún, su corazón. Obviamente que la gente que vive en el campo, no experimenta nada de esto, sino todo lo contrario, expresa cierto aire de ahogo, de agobio, de extrañeza, todos sentimientos que yo no sentí nunca por el lugar (tal vez me pasaría eso si me fuese a vivir al campo, aunque suene raro, sintiendo lo que siento por la capital, me sentiría extraña en otro lugar distinto). ¿Puede ser que tantas vacaciones veraneando en la costa atlántica me hayan despertado este cariño por el tumulto?, no lo sé, porque no sólo me gusta el microcentro con luz solar, sino que también aquel iluminado por luz artificial, aquel que ve morir el día, y ve nacer la noche, aquel que al igual que quienes lo recorren, por momentos siente soledad, la misma que me provoca a mi el oír el primer verso del tango “A media Luz”.

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